Las
letras poéticas encuentran en Francisca
Avaria una apasionada defensora. Las letras, afirma en sus versos, también
tienen derechos. Ellas nacen de pronto y traen por misión aliviar nuestros
afanes y lamentos. Necesitan nacer a la vida pues, si no lo hicieran, se harían
nudo en las gargantas. No permitir su libre expresión sería abortar la vida.
Estas palabras, nacidas de la misma sangre de su autora, la retratan pero
también la exponen, delatoras.
Por otro lado, para ella los poetas
son viajeros del infinito. Otoño y
poeta se corresponden porque el primero pinta de gris la tristeza del otro; y
éste, descalzo, no cubre sus pies para defenderse del camino, estoico camina
bajando la cabeza ante la muerte. Sin embargo no olvida entonar su rebelde
queja ante el destino aciago.
Hoy el
planeta y las familias, delata ella, viven una dolorosa guerra entre hermanos. La tierra, cual madre herida, llora por la sangre
derramada por sus hijos que no saben amarse. Los pequeños inocentes sufrirán
las consecuencias del desamor; entonces Francisca clama: ¡Qué el pan busque tu boca! El niño es la esperanza del mundo, un
pedazo de cielo; debe de ser arropado con cariño y arrullado por serafines. Le
susurra “ya tienes todo el derecho / de mirarte en las estrellas / de besarte
con el viento.”
La tierra natal vive en el
corazón de la poeta. Ella canta a las tristezas
de mi puerto porque ya no puede escribir a su ciudad una carta de rosados
magnolios. Tantos males le han hecho a sus calles adoquinadas, le han robado
paradas y plazas, se han ido las usinas que saciaban el hambre de su gente.
Pero un día el mar lavará su rostro y el viento secará sus lágrimas, y todos
volverán a darle el brillo de una perla del pacífico.
Necesito de
la risa, confiesa. El amor vendrá con ojos tornasolados de miel a pintar otra
vez su mundo. Cuando se anhela la risa, cuando desespera por ella, ésta no
viene. Es tanta la nostalgia que ni siquiera siente el beso de la brisa o el
calor del sol. Cuando conoció a aquél hasta las lejanas y tenues nubes le
parecieron bellas. Sólo
espera otra vez su risa.
El
corazón es el reloj del cuerpo. Si falla su ritmo, la vida se desordena, pues la vida en un reloj. Este amigo que le
fue regalado en su concepción, ahora la tiene angustiada. Reclama al músculo
cardíaco que la acorrala y amenaza arrancar los barrotes de su pecho.
Caprichoso le ha fallado en su misión de acompasado guía. Llora: “vas
quitándome la vida me pierdo por tus caminos.” A veces cansada de vivir, como
se duermen por las noches las luces de los barcos en el mar porteño, Francisca
quiere reposar, sólo mecida por su cuna
de algas y estrellas.
No te
olvides de mí, llama mil veces al único que puede salvarla en la hora final. Siente
que vienen a buscarla, hay terrores en su sangre y clama con angustia Jesús de mi no te olvides!
Es innegable, Francisca Avaria es una
poeta que siente el mundo, el amor, la muerte, la vida, Dios, con todo el
corazón. Tiene todo el derecho a alzar su voz lírica y darnos a conocer esos
sentimientos, esos amores y esos miedos que son universales, pero que pocos se
atreven a expresarlos con tanta valentía y fuerza como ella lo hace, porque es
su derecho de artista, el derecho de las letras.
Poeta y artista visual
Valparaíso, enero de 2014.