CARLOS
EDUARDO SAA nació a
las cinco de la tarde, en Vallenar, a la entrada del desierto. Escribió el
primer poema a los ocho años de edad, titulado "Compañera Soledad".
Desde 1962 se contacta con poetas nacionales en el restaurante "El
Bosco", la SECH y otros lugares de Santiago. Actualmente conduce "El
Rincón del Juglar" en Cerro Castillo, Viña del Mar. Sus poesías han sido
publicadas en diversas antologías nacionales e internacionales. El poema
"Préñame, mujer", de excelente acogida, ha sido recientemente
publicado por la Universidad de Hidalgo, México, junto a "De Teseo y
Minotauro".
En
“Sueño en
Hiroshima” los luminosos sueños de un niño
–acaso el poeta en su infancia en áridas tierras norteñas- estallaron en mil
esquirlas de muerte.
Desde ese instante comenzará un largo peregrinaje de amor y poesía. Con la
virilidad de un Teseo, el hombre enfrenta sus miedos, anhelos y frustraciones.
La poesía es el arma, “elixir de sus recuerdos”, para vencer al Minotauro. Mas,
eliminarlo es también autodestruirse, negar lo que se es. Reflexiona en “De
Teseo y Minotauro”: “en esta eterna brega me asesino con mi propia espada, pero
nunca muero.”
Cuando el corazón “Detiene su rítmico camino y ahora ya
descansa”, escribe en “Voces del Templo”. El vate se solaza con la Musa
“Bebiendo el agridulce néctar de sus labios, / Recogiendo la ebriedad de sus
palabras / Blancas resonando en la fuente del cerebro”
Carlos Eduardo Saa canta en “Préñame, Mujer” a la imposibilidad del
varón de dar a luz una vida; ruega a la que ama aunque sea “una mirada de tus
ojos de fuego”. El amor será la leche que alimente al hijo, además de los
frutos edénicos; quien también libará lágrimas de soledad, por la ausencia de
la madre. Ese hijo es tan imposible como la mujer y está unido a él “como
soldado por la fragua de Vulcano, / en
el Olimpo.” La Musa que lleva por nombre cuatro letras, ha fecundado en el
poeta este “soñado hijo” llamado poesía.
La arena de su infancia, en “La Aurora de la Vida”, una
vez fue “Santificada por la huella / Del Nazareno” mas el humano cerró sus
puertas. Sin embargo “El hijo de Dios no desvió / Su camino, continuó /
Sembrando sanidad”. Del mismo modo, parafraseando al salmista, el poeta seguirá
sembrando con lágrimas los versos que un día cosecharán la gloria con regocijo.
Iván Tapia
Contardo
PREÑAME, MUJER
Preña,
mujer, mi corazón con tan solo
una
mirada de tus ojos de fuego,
para
que yo sueñe el húmedo beso
que
nunca me dará tu boca.
Dame
el hijo que ha de llorar en mis entrañas
y que
amamantaré con este loco amor que te
tengo.
Lo
alimentaré con brevas, manzanas
y
membrillos del huerto que añoro,
Edén
para este hombre solo.
Lágrimas
serán su dulce leche que no ha de
libar
de
los pechos que jamás serán suyos ni míos.
Préñame,
préñame, ya, imposible mío;
abro
mi cuerpo para recibir al hijo que pasearé
por
parques, calles y ríos. Irá de mi mano
prendido
como
soldado por la fragua de Vulcano,
en el Olimpo
Sólo
yo lo veré, porque será siempre un
sueño
sólo
yo escucharé su voz de niño preguntando
por
la madre que lo regaló a mi destino.
Entonces
rasgaré mi pecho, le abriré
mi
corazón y verá tu rostro, te besará los ojos
y
juntos gritaremos tu nombre, cuatro letras,
cuatro
letras, como Amor y el vino.
Préñame,
ya cariño, que cuando yo muera,
este
amor, dulce tortura que por ti siento,
lo ha
de continuar, eterno,
nuestro soñado hijo.
DE TESEO Y MINOTAURO
Si en
algún momento la luz de su mirada
me
rescató de la siniestra curva trazada por el hierro,
ahora,
rechazado en los umbrales de su casa y de su
huerto,
precipitado
retorno al espiral del sangriento Minotauro.
Yo,
transformado en varonil Teseo, lo enfrento con el coraje otorgado por el elixir
de sus recuerdos.
Lucho
con denodada fuerza y al ocaso logro el Toro
vencerlo.
Mas
la victoria es apenas un nuevo comienzo.
Mi
espada yace solitaria en el ensangrentado suelo,
y con
pavor compruebo que soy también el Toro
yerto.
Movidos
quizás por qué sortilegio, Teseo y Minotauro
renacemos
para renovar la lucha que vuelve a estremecer los solares de los muertos.
Por
siglos se derrama la sangre de los contendientes,
sangre
líquida y coágulo repetido en el ruedo
de mi infierno.
Así,
la simetría del duelo. Afuera brillan dos soles
preñando
las rosas del firmamento;
adentro,
apenas la argentina chispa del acero buscando, fiera, suave vaina en mi pecho.
Desgarrando
el cuello del Toro cerceno mi garganta,
una y
otra vez, así, por la eternidad de los días,
muriendo
y renaciendo. En cada nacimiento, gozo
la
alegría de re-ser guerrero. Mas, efímero el contento;
la
infausta metamorfosis repite el odio en el toro
y en el hombre.
El
regalo de la luz cae y pasa a ser mazmorra
de mi
eterno infierno, donde ya no penetra
la
claridad de mis dos perdidos luceros.
Retornamos
a lid, y en esta eterna brega me asesino con mi propia espada, pero nunca
muero.