PRÓLOGO AL LIBRO "CUANDO LOS SILENCIOS..."
LOS SILENCIOS DEL POETA...
DANILO SALINAS ALCAYAGA es el Poeta nostálgico de un pasado feliz, cuando el hombre disfrutaba la intimidad del hogar sin urgencias, en “la morada que vestía de gala/ en tiempos de luna” (Las Ruinas). Melancólico, añora aquel “reino místico del pensar”, ya sepultado en el olvido y en lo profundo de los mares. (La Ciudad Perdida). Quizás su poesía sea una reconstrucción de ese reino perfecto. Él ha encontrado el hilo de oro que lo conduce a su reencuentro; descubre en las fragancias del bosque la esencia de ese pasado. Sólo en la vida silvestre haya su perdido reino; dos ciruelos le “narran la historia / de un mundo que fue / y ahora /no /es” (Las Ruinas).
Entre salvias, resinas, peumos, boldos, hierbas, retamos, espinos, manzanillas, plateros, mirlos, ruiseñores y zorzales; allí, en ese paraíso silvestre, está su santuario, su habitáculo poético, allí donde teme se irá “congelando la garganta de queltehues”. El poeta ha descubierto un lugar sagrado en el que seres alados alaban libremente al Ser Infinito. Las aves serían en esta tierra lo más cercano a las criaturas celestiales. Ellas pueden comprender incluso al poeta y ayudarle en sus peticiones: “Han iluminado mis súplicas, / en medio de cantos libres e infinitos, / en este santuario bienaventurado / que permanece en mi retina” (Mi Santuario).
Las aves son las únicas criaturas a quienes, en el cosmos del poeta, les está permitido romper el silencio: “Pero en ramas dañadas / un zorzal canta / la incomprensión que se vive cada día.” (Mi santuario). Sólo ellas, espíritus puros, pueden percibir la injusticia del mundo humano, este árbol de ramas defectuosas.
“Congela las gargantas de queltehues, / anunciando el suicidio de las palabras, / agonizantes, como el canto del mirlo herido / gritando plegarias de misericordia, / plegarias que se lanzan a los cielos.” (Mi Santuario). Los pájaros elevan sus oraciones a Dios pidiendo misericordia para esta humanidad caída, desprovista del corazón y el lenguaje limpio para dirigirse a su Creador. Las palabras humanas están muertas y no son capaces de expresar la tragedia del hombre.
Cierto día, un ave negra y profética le advierte estar ante la presencia de las tierras de sus ancestros: “Un tordo en lo alto de la higuera, / centinela de plumas obsidiana, / cantó como nunca en esa tarde.” Añade: “Hoy tus tierras / me impregnan. / Alicahue, no te conocía / ahora veo y entiendo / por qué me reclamabas / cuando mi alma pasó por tus rincones.” (Cuando mi alma pasó por Alicahue). Aquel pueblo, cuyo nombre en mapudungún significa “lugar reseco”, reclama la atención de su amor y el fluido fresco riego de la Poesía, tal vez para hacer florecer otra vez “teatinas y flores / silvestres y perfumadas”; tal vez para que aves y flores canten una sinfonía en haikús.
Pero no sólo los pájaros cumplen un rol dramático en la escena poética, sino también ciertos vegetales, como los álamos –esos gigantes longilíneos de nuestros campos-, que lloran mecidos por el viento “Cuando lleguen los silencios/ sabrás en qué dirección lloran los álamos.” (Cuando los Silencios); parecen danzar al atardecer “Inmortalizados entre sembradíos distantes, / los álamos, nuevamente los álamos, / danzaban junto a la tarde.” (Cuando mi alma pasó por Alicahue) y llegan a gritar con sus crujidos nocturnos “Desde esta quebrada serena / rodeada de maquis y molles, / los álamos gritan al horizonte, / donde desaparece la tarde / y el cielo se torna en destellos plateados.” (Desde la quebrada). Los álamos lloran, danzan y gritan por nosotros.
CUANDO LOS SILENCIOS esconde un drama vital. En algún recodo del tiempo el ser humano extravió su camino, perdiendo la prístina relación que tenía consigo mismo, la naturaleza y la Divinidad. En el acto escritural, el poeta intenta reencontrar el rumbo. “Escribo porque quiero / encontrar el sendero perdido, / ese lleno de teatinas y flores / silvestres y perfumadas; / Ese donde el sol brilla / y mi rostro se entibia / escuchando las alabanzas / de las aves de bronce / Escribo para poder soñar / los sueños que no tengo. / Por eso escribo.” (Escribo).
Observemos las características de ese camino perdido: 1) “lleno de teatinas”, sencillas pajitas, miniaturas de espigas que recuerdan al trigo solemne, símbolos de humildad y fecundidad; 2) “lleno de … flores/ silvestres y perfumadas”, alegre y multicolor presencia del amor auténtico, capaz de perfumar de gozo profundo nuestra vida; 3) “Ese donde el sol brilla”, astro rey, ancestral representación de la Luz que da sentido a la existencia; 4) “y mi rostro se entibia” al recibir los cálidos rayos de amor de ese Sol de justicia; y por último, 5) “escuchando las alabanzas / de las aves de bronce”, representación de los coros celestiales.
En esta verdadera Arte Poética, DANILO SALINAS confiesa que escribe “para poder soñar / los sueños que no tengo. / Por eso escribo.” En tal tarea nos representa a todos los habitantes de este mundo a punto de perecer, cual la sumergida ciudad de la “Creta milenaria”. Como él, todos hemos dejado atrás la inocencia y el heroísmo de aquellos que entregaron sus vidas por una noble causa: “Las doncellas reclaman / la sangre de los mártires / en las resinas del ayer.” (Tierras lejanas). Necesitamos reencontrar nuestra esencia y ese es el dramático clamor del poeta: “Destellos de la noche / dan vida a la salvia, / y a la resina, recuerdos.” (Esencias Poéticas)
De aquel mundo arcaico sólo permanecen las ruinas que luchan por imponerse ante la selva que quiere ahogar los vestigios de heroicas vidas de ayer. “Las ruinas te reclaman cual héroes inmortales / evadiendo las zarzas que se asoman / intentando selvatizar el último aliento caído.” (Las Ruinas). Tales ruinas son el santuario del hombre de hoy; ellas guardan el secreto, la luz y el calor que otrora brillaran en los albores de la humanidad: “Las lejanas islas griegas / sienten estallar las olas / en los acantilados de la Creta milenaria / Descubren los misterios / de aquella ciudad sumergida / y llegan a esta quebrada lejana, / humilde y encendida.” (Desde la quebrada). El santuario del poeta y aquellas islas griegas se comunican entre sí y el primero viene a ser un reflejo de éstas.
La insigne Mistral, a quien dedicará en este libro tres cantos a Gabriela, es su paradigma literario y humano, por tanto es imprescindible también la presencia de “la esfinge de la elquiana maestra” en su santuario (Desde la Quebrada).
El poeta SALINAS, amante de las aves y la vida natural, ha construido una poética que bien podría nombrarse como Ornitomancia, es decir el arte y el amor por la vida de los pájaros. En su uni-verso sólo un sonido es permitido: el trino, el graznido, el gorjeo y demás cantos del sinfín de aves del santuario de las teatinas. ¡Disfrutadlo en silencio!
IVÁN TAPIA CONTARDO
Valparaíso, otoño de 2011.
Entre salvias, resinas, peumos, boldos, hierbas, retamos, espinos, manzanillas, plateros, mirlos, ruiseñores y zorzales; allí, en ese paraíso silvestre, está su santuario, su habitáculo poético, allí donde teme se irá “congelando la garganta de queltehues”. El poeta ha descubierto un lugar sagrado en el que seres alados alaban libremente al Ser Infinito. Las aves serían en esta tierra lo más cercano a las criaturas celestiales. Ellas pueden comprender incluso al poeta y ayudarle en sus peticiones: “Han iluminado mis súplicas, / en medio de cantos libres e infinitos, / en este santuario bienaventurado / que permanece en mi retina” (Mi Santuario).
Las aves son las únicas criaturas a quienes, en el cosmos del poeta, les está permitido romper el silencio: “Pero en ramas dañadas / un zorzal canta / la incomprensión que se vive cada día.” (Mi santuario). Sólo ellas, espíritus puros, pueden percibir la injusticia del mundo humano, este árbol de ramas defectuosas.
“Congela las gargantas de queltehues, / anunciando el suicidio de las palabras, / agonizantes, como el canto del mirlo herido / gritando plegarias de misericordia, / plegarias que se lanzan a los cielos.” (Mi Santuario). Los pájaros elevan sus oraciones a Dios pidiendo misericordia para esta humanidad caída, desprovista del corazón y el lenguaje limpio para dirigirse a su Creador. Las palabras humanas están muertas y no son capaces de expresar la tragedia del hombre.
Cierto día, un ave negra y profética le advierte estar ante la presencia de las tierras de sus ancestros: “Un tordo en lo alto de la higuera, / centinela de plumas obsidiana, / cantó como nunca en esa tarde.” Añade: “Hoy tus tierras / me impregnan. / Alicahue, no te conocía / ahora veo y entiendo / por qué me reclamabas / cuando mi alma pasó por tus rincones.” (Cuando mi alma pasó por Alicahue). Aquel pueblo, cuyo nombre en mapudungún significa “lugar reseco”, reclama la atención de su amor y el fluido fresco riego de la Poesía, tal vez para hacer florecer otra vez “teatinas y flores / silvestres y perfumadas”; tal vez para que aves y flores canten una sinfonía en haikús.
Pero no sólo los pájaros cumplen un rol dramático en la escena poética, sino también ciertos vegetales, como los álamos –esos gigantes longilíneos de nuestros campos-, que lloran mecidos por el viento “Cuando lleguen los silencios/ sabrás en qué dirección lloran los álamos.” (Cuando los Silencios); parecen danzar al atardecer “Inmortalizados entre sembradíos distantes, / los álamos, nuevamente los álamos, / danzaban junto a la tarde.” (Cuando mi alma pasó por Alicahue) y llegan a gritar con sus crujidos nocturnos “Desde esta quebrada serena / rodeada de maquis y molles, / los álamos gritan al horizonte, / donde desaparece la tarde / y el cielo se torna en destellos plateados.” (Desde la quebrada). Los álamos lloran, danzan y gritan por nosotros.
CUANDO LOS SILENCIOS esconde un drama vital. En algún recodo del tiempo el ser humano extravió su camino, perdiendo la prístina relación que tenía consigo mismo, la naturaleza y la Divinidad. En el acto escritural, el poeta intenta reencontrar el rumbo. “Escribo porque quiero / encontrar el sendero perdido, / ese lleno de teatinas y flores / silvestres y perfumadas; / Ese donde el sol brilla / y mi rostro se entibia / escuchando las alabanzas / de las aves de bronce / Escribo para poder soñar / los sueños que no tengo. / Por eso escribo.” (Escribo).
Observemos las características de ese camino perdido: 1) “lleno de teatinas”, sencillas pajitas, miniaturas de espigas que recuerdan al trigo solemne, símbolos de humildad y fecundidad; 2) “lleno de … flores/ silvestres y perfumadas”, alegre y multicolor presencia del amor auténtico, capaz de perfumar de gozo profundo nuestra vida; 3) “Ese donde el sol brilla”, astro rey, ancestral representación de la Luz que da sentido a la existencia; 4) “y mi rostro se entibia” al recibir los cálidos rayos de amor de ese Sol de justicia; y por último, 5) “escuchando las alabanzas / de las aves de bronce”, representación de los coros celestiales.
En esta verdadera Arte Poética, DANILO SALINAS confiesa que escribe “para poder soñar / los sueños que no tengo. / Por eso escribo.” En tal tarea nos representa a todos los habitantes de este mundo a punto de perecer, cual la sumergida ciudad de la “Creta milenaria”. Como él, todos hemos dejado atrás la inocencia y el heroísmo de aquellos que entregaron sus vidas por una noble causa: “Las doncellas reclaman / la sangre de los mártires / en las resinas del ayer.” (Tierras lejanas). Necesitamos reencontrar nuestra esencia y ese es el dramático clamor del poeta: “Destellos de la noche / dan vida a la salvia, / y a la resina, recuerdos.” (Esencias Poéticas)
De aquel mundo arcaico sólo permanecen las ruinas que luchan por imponerse ante la selva que quiere ahogar los vestigios de heroicas vidas de ayer. “Las ruinas te reclaman cual héroes inmortales / evadiendo las zarzas que se asoman / intentando selvatizar el último aliento caído.” (Las Ruinas). Tales ruinas son el santuario del hombre de hoy; ellas guardan el secreto, la luz y el calor que otrora brillaran en los albores de la humanidad: “Las lejanas islas griegas / sienten estallar las olas / en los acantilados de la Creta milenaria / Descubren los misterios / de aquella ciudad sumergida / y llegan a esta quebrada lejana, / humilde y encendida.” (Desde la quebrada). El santuario del poeta y aquellas islas griegas se comunican entre sí y el primero viene a ser un reflejo de éstas.
La insigne Mistral, a quien dedicará en este libro tres cantos a Gabriela, es su paradigma literario y humano, por tanto es imprescindible también la presencia de “la esfinge de la elquiana maestra” en su santuario (Desde la Quebrada).
El poeta SALINAS, amante de las aves y la vida natural, ha construido una poética que bien podría nombrarse como Ornitomancia, es decir el arte y el amor por la vida de los pájaros. En su uni-verso sólo un sonido es permitido: el trino, el graznido, el gorjeo y demás cantos del sinfín de aves del santuario de las teatinas. ¡Disfrutadlo en silencio!
IVÁN TAPIA CONTARDO
Valparaíso, otoño de 2011.